Ellas mismas, níveas palomas mensajeras de pico de oro para el bien de todos. Cartas del saber y del amor, como lluvia de estrellas detenida para ahuyentar la tiniebla. Palpitantes, salían al mundo desde la casa pobre de Velásquez a Santa Rosalía, con mensajes perdurables de aquel sabio de franciscana humildad.
Don Cecilio escribió sus cartas en un momento histórico coyuntural entre la Independencia y la República; entre la tradición estética de Bello y las nuevas tendencias; entre la ciencia tradicional y el advenimiento pleno del positivismo .Las escribía con sabiduría, claridad y belleza y fueron fuente de luz, en especial para la juventud que lo consultaba y admiraba.
Recordemos que él brilló en la pléyade de venezolanos esforzados en construir la naciente República requerida de instituciones, leyes, asistencia social. De ahí su rica contribución al redactar los códigos de Venezuela, al orientar al país en sus ensayos periodísticos, piezas oratorias, folletos, cartas y otros documentos.
Sus cartas, requisitoria del país en diversos aspectos, analizan con brillantez situaciones políticas, sociales, económicas y morales e Venezuela con visión amplia, ecléctica y con opinión independiente. Alerta y denuncia situaciones negativas como la guerra, las revoluciones sangrientas, las dictaduras, el caudillismo, la mala educación pública, la pobreza, la falta de educación, el ascenso de las clases ineducadas al poder. Examina en cada problema su naturaleza, causas, resultados y ofrece soluciones. Y lo hace sin amargura y para remediar; nos confiesa: “Una cosa podemos asegurar que nos abrasa el deseo del bien público”.
Estas cartas recogen gran parte de su obra, y en vida de don Cecilio, muchas de ellas aparecieron en la prensa de Venezuela y del exterior. En ese tiempo había pocas editoriales en Caracas y el autor debía pagar él mismo para publicar un libro (Recordemos que la imprenta apenas llegó a nuestro país en 1808, a México en 1539, a Lima en 1554, a Ecuador en 1626, a Guatemala en 1660).Nuestros escritores por razones económicas, publicaban folletos y Cosas sabidas y por saberse, escrito en forma de carta, fue uno de ellos.
Don Cecilio escribía a destinatarios eminentes de Venezuela y del extranjero como Ricardo Ovidio Limardo, Ildefonso Riera Aguinagalde, Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo, el historiador Guizot, José María Vásquez Durán, José María Samper, el americanista José María Torres Caicedo y otros. Estos amigos publicaban las cartas de Acosta en periódicos y revistas. Algunos archivos privados y académicos atesoran cartas originales como el Instituto Caro y Cuervo en Bogotá el cual guarda celosamente 35 cartas autógrafas de Acosta.
Nuestro autor también sirvió a la curia arquidiocesana y el Papa Juan Pablo II (1920-2005) reconoció su trabajo. Martí sí lo registró en su bellísimo ensayo dedicado a don Cecilio:” ¡Cuánta carta elegante en latín fresco al Pontífice de Roma, y son sus cartas!”
En sus cartas Acosta equilibra lo intelectual y lo afectivo en un estilo puro, oratorio, y empenachado, al decir de Caro. La imaginación que despliega y el uso del adjetivo hacen a don Cecilio precursor del modernismo.
Dentro de la obra modélica de Acosta sus cartas poseen actualidad para hacernos comprender la historia del país y de las repúblicas hispanoamericanas. Véase la carta dirigida a don Rufino José Cuervo el 15 de Febrero de 1878 donde presenta un cuadro general de nuestras repúblicas en su condición moral; y en tono reflexivo confiesa: “Mi discurso no es una censura amarga, sino una queja que sirva de advertencia a tanto resabio y destino y un juicio honrado de los hechos para encontrar causa, errores y para remediar… Callar sería desoír… la pobreza, los presos políticos, el robo de la propiedad privada, los asesinados”.
En cartas a José María Torres Caicedo en Paris, y a Florencio Escardó en Montevideo´, comparte hondo sentido panamericanista. Y los tres expresan la creencia de un feliz tiempo para nuestras naciones.
Cecilio Acosta, un grande de América, lluvia de estrellas detenida para ahuyentar la tiniebla.
Rosalina García de Jiménez
Academia de la Historia del Estado Miranda